Últimamente así es como me siento. Como si el corazón no resistiera la cotidianidad, como si cada vez que hago algo, la vida se me fuera en ello. Y si no hago nada, aún vivo con más desasosiego. Pequeñas anécdotas y otras no tan pequeñas, que van más allá de la razón y me muerden el alma.
Mi vida es una continua montaña rusa a la que yo no he decidido subirme, pero que me ha arrasado. Encuentro amigos, pierdo otros, la música me relaja un día, al día siguiente me extasía... A veces no me tengo en pie, otras quisiera comerme el mundo, soy divertida y después insociable... No sé muy bien cómo puedo explicarme, pero más o menos es esto. Y para muestra un par de botones... o una chaqueta entera.
Comencé la semana con un problema de socialización y unos años que no me apetecía cumplir (pero era inevitable, claro). Tras discutir conmigo misma (debo hacerlo a menudo), por fin me lanzo a hacer algo aunque sea sola. Me voy a ver a Darío Fo a la Expo. La obra se titulaba "
¿Hace daño el agua?", pero sabiendo cómo es el italiano, poco íbamos a hablar del elemento en cuestión. Dos horas de monólogo, que se dicen pronto, pero dos horas con un genio, que no siempre se ve. A veces el diálogo (había traductora y por eso dialogaba) un poco espeso, pero en su mayoría comentarios que te agarraban con fuerza y luego debías soltar como pudieras. ¿Y a dónde se agarraban? Al corazón, claro. Como la regidora del evento es colega, después nos fuimos con otra regidora más a poner verde a la empresa de regidores y a Expozaragoza por el tema de
Héctor, el técnico de sonido fallecido hace diez días. Más pupita p'al corazón, porque estas cosas me tocan la moral y mucho.
Al día siguiente, mientras los Juegos duermen (me lo estoy viendo todo, hasta las chapas vería si las hubiera), cena y concierto de
Yamato. ¡Toma!, percusiones para alterar un poquito más, si se puede, mi ritmo cardíaco. La verdad es que el concierto fue un torrente de sensaciones, pero estábamos tan cerca del escenario que los tambores se metían en mi cuerpo. Disfruté y me agobié como una enana. Y esa dualidad no siempre es buena. Terminé sin poder dormir, viendo a los chicos del baloncesto hasta las 5 menos cuarto y durmiendo otras cinco horas, que no hicieron justicia al cansancio acumulado.
Y hace un rato Nadal, que se mete en la final, el atletismo y mañana Kobe y compañía (quieren amargar a los nuestros), Gervasio y más cositas. Y además sigo esperando: la llamada que me confirme (o no) que he vendido el coche, otras llamadas que no se producen pero que me gustaría que fueran reales, esos dolores que tengo desde hace tantos meses y no desaparecen, ese técnico de telefonía que me han dicho que existe pero al que no veo por casa. Y mientras, mi corazón golpeando con demasiada fuerza, arrítmicamente, nervioso e incluso furioso, porque ha decidido que no lo controle. ¿Y qué puedo hacer yo si no controlo mi corazón? Igual, el puño lo que quiere es salir en un latido, poder levantarse y decir en lo alto:"Aquí estoy, ya no es tan fácil destruirme".