viernes, 23 de abril de 2010


Cuando estamos en esos días dentro del ciclo vital de las mujeres, esos días en que las hormonas se vuelven locas, deberíamos no tener que acudir a trabajar, ni tomar decisiones importantes... y mucho menos hablar de sentimientos. Como yo soy algo suicida y no voy a currar porque estoy de baja y ya he tomado decisiones importantes hace tiempo, voy a hablar de los sentimientos que hacen que mi corazón palpite más irregular de lo normal, para variar.

En primavera siempre me pasa lo mismo. No sé por qué exactamente, pero mi ansiedad aumenta un 200% -que ya es-. Este año, yo que en el fondo soy una optimista reconvertida, pensaba que con el amor todo iba a cambiar. Es verdad que casi todo ha cambiado, pero mi ansiedad primaveral me tiene más cariño que un gato a un ovillo de lana y esta primavera no se la quería perder tampoco.

Hoy por ejemplo, me ha entrado una tristeza enorme cuando he hablado con mi hermano y me ha dicho que ha tenido que sacrificar a Aly, su perra. Nunca había oído sollozar a mi hermano mayor y por supuesto se me han escapado unas lagrimillas. Me hace recordar lo que viví en su momento con mi perra Inka y la verdad, escuchar a alguien llorar y no poder abrazarle y decirle que entiendes que un perro es alguien de la familia, pues se me hace duro. Y ni siquiera he podido desconectar para echarme una siesta.

Ese hecho en concreto tiene su importancia, pero lo de echarme unos lloros desconsolados porque se ha muerto Samaranch, la verdad es que no tiene nombre. Sí, soy especialmente sensible con lo que sucede en el plano deportivo. Tengo alma de deportista y cuando sucede algo de envergadura me emociono. Dicen que soy rara y doy fe que al menos cuando me pasan estas cosas, hasta yo me lo creo.

Pero en realidad no soy tonta. Sé que desde que mi pareja hizo un viaje de ida y vuelta, de esos que no terminan como querríamos, estoy bastante más alterada. Sé que ella lo pasa muy mal y que debo estar ahí, sujetando todo con hilos para que no se rompa. Todos somos frágiles con determinados temas y yo debo ser la fuerte, puesto que a mí me toca de manera más indirecta. Pero cuando ya llevas un tiempo compartiendo la vida con una persona, sus problemas son los tuyos y viceversa. Y resulta que tu cuerpo dice que es la hora de dejarse ir,de no contenerse más y que salga el sol por donde quiera. Y si eso pasa, te da por llorar porque Bustamante se deshace en elogios ante su hija (Busta no me importa, la verdad); lloras porque Samaranch ha fallecido (y eso que el hombre fue de Falange); lloras porque la peli de risa tiene un momento romántico; lloras porque tu hermano se ha quedado sin la niña de sus ojos. Lloras por un montón de cosas, aunque lo que de verdad te apetece hacer es hablar con ellas y darles un abrazo. Susurrarles que entiendes todas las posturas, que sabes que ellas también sufren y decirles que su madre las quiere más que a nada en el mundo y que necesita una oportunidad para empezar de nuevo. Porque somos lo que fuimos ayer, pero sobre todo somos lo que somos hoy y lo que seremos mañana.




viernes, 9 de abril de 2010

¿Incondicionalmente?

Ilustración: Anita Mejía


Sabíamos que iba a ser difícil, mi amor. Lo sabíamos.

No es fácil entender nuestra historia, si no la vives desde dentro. Decimos que el tiempo pone todo y a todos en su sitio. Pero también sabemos que hay veces en las que la vida es así y la balanza no se equilibra y menos aún se inclina hacia nuestro lado.

Venimos de familias muy distintas, de ambientes también dispares, pero nos une el amor. Puede que haya personas muy allegadas a nosotras (padres, hijas, hermanas...) que no nos entiendan. Que les cueste que dos personas puedan vivir un amor tan inmenso como limpio y, que por ello, no nos acepten a una o a otra, eso no importa. No se dan cuenta de que nuestra felicidad debería bastar si nos aman incondicionalmente. ¿De verdad nos aman de esta manera?

Lo sabíamos, mi amor, pero eso no quiere decir que sea menos duro por ello.

Hoy estás a casi trescientos kilómetros y te echo de menos. La gente se puede extrañar de que nos desespere estar un día y medio separadas, pero es lo que nos pasa. Comprendo tu ausencia y te animo a que te ausentes por esos motivos, pero hoy sé que va a ser casi imposible que esto cambie, que yo forme parte de tu familia. Ya sabes, soy la causante del problema, aunque el problema no sea yo. No sé qué decir a eso, es demasiado paradójico como para entenderlo.

Sólo me apetece escribir al viento -o a quien lea- una cosa. Cuando hay tanto dolor en el mundo, tantas desgracias personales, sociales, culturales... ¿Por qué le ponemos trabas al amor sincero de dos personas? ¿Porque no es políticamente correcto?¿Porque no es ser un buen cristiano? Te conozco y no eres peor persona desde que me conoces, ni viceversa. Todo lo contrario. No somos pecadoras que debamos ir pidiendo perdón por las esquinas porque las cosas no sucedieron como los demás querían que sucedieran. No hemos matado a nadie, ni robado... no hemos cometido delito alguno y estoy segura de que aquél que nos quiera bien, nos bendecirá. Y si no lo hacen, yo al menos seguiré adelante con mi vida sin su bendición. Porque el respeto y el amor se gana respetando y amando a los demás.

Nosotras respetamos y amamos incondicionalmente a nuestras familias... ¿Nos respetan ellos a nosotras? ¿Nos aman sin condiciones? Algún día obtendremos la respuesta.

T'estimo, amor meu.

viernes, 2 de abril de 2010

Toda una vida...


Yo nunca había querido casarme. Desde jovencita lo tenía muy claro, sería madre soltera, me dedicaría a lo que me gustaba y por supuesto estaría con el tío más maravilloso del mundo... Eso sí, sin casarnos y porqué no, viviendo uno al lado del otro.

Claro que a los ocho años,cuando me preguntaban las monjas y mis amigas del colegio, yo decía que iba a ser maestra -monja imposible-, que en el 2000 tendría tres hijos y estaría felizmente casada. Está claro que cuando somos pequeños no tenemos ni idea de lo que nos va a deparar la vida. Pero ni idea.

Y es verdad que he llevado a rajatabla lo de no querer casarme. De hecho, nunca había tenido relaciones muy serias y a todos los chicos los terminaba espantando cuando me decían que me querían. Está claro que el compromiso no era lo mío.

Ironías del destino, siempre he sido muy romántica, excepto con mis relaciones. Será cosa de las pelis que me tragué de chico conoce chica, se enamoran y chico y chica terminan siendo felices y comiendo perdices. Pero para mi vida... como que no me veía.

No me quería casar hasta hace casi un año. Hasta que, por causas que aún no tenemos muy claras, nos conocimos, surgió el flechazo, nos enamoramos y todo mi anterior mundo se vino abajo. Y menos mal que se vino abajo.

Recuerdo que nos conocimos el domingo de ramos y empezamos un domingo de resurrección. ¡Toma ya! Es verdad que resucitamos, ya que pensábamos que nuestra vida pasaría de largo sin contar con nosotras y no lo hizo. Y de aquello, dentro de diez días, hará un año.

Hará un año que me comprometí. Hará un año que hinqué la rodilla y me tragué palabra por palabra todo aquello que mis amigos me decían que era el amor y yo no les creía. Hará un año que decidí que quiero compartir mi vida con esa persona y por supuesto casarme con ella.

Así que la moraleja está muy clara: Deja de pensar en lo que vas a hacer en tu vida y en cómo quieres que sea, porque cuando menos te lo esperas, llega la vida, te coge por las orejas y te coloca en el sitio adecuado en el momento adecuado. Lo demás corre de tu cuenta y riesgo. Aprovecha y no dejes pasar ese momento. Puede que, como yo, tengas suerte y te encuentres con tu persona... y ella te encuentre a ti.

Aquí os dejo una historia de amor, pese a las dificultades, una bella historia de amor. "Si las paredes hablaran. Mujer contra mujer". De las tres historias os pongo la que más nos define. La 3ª también está muy bien (parte en barra lateral). O podéis verla entera, no?


Y los demás enlaces: