La música sonaba en el gramófono,
impertérrita, como una suave brisa. Una bruma sobrevolaba la habitación, apenas
se distinguían los detalles… Un viejo escritorio de madera, con su máquina de
escribir, la cama a un lado y un armario destartalado. En el fondo, unas
cortinas corridas y una silla que no estaba en su sitio. Desorden, todo esencialmente desordenado,
pero no sucio. Parecía un desorden ordenadamente colocado. Y en la Olivetti una
hoja a medio escribir.
Abrió la puerta de golpe, sin
esperar a que nadie le respondiera. Olía a quemado. De repente vio cómo la hoja
de la Olivetti se iba chamuscando y arrugando mientras un rayo de sol
atravesaba la ventana. El fuego avanzaba muy lentamente. Se sentó en la cama y
lloró, pero no sabía muy bien por qué. ¿Porque la habían abandonado o porque el
olor le irritaba los ojos? Por segunda vez en su vida lloraba y no sabía la
razón. Sí, se había ido, pero era un abandono esperado. Pensó también en su
hija fallecida y lloró todavía más. De repente, se levantó, apagó la llama,
abrió la ventana y ordenó la habitación. Al menos el caos no se apoderaría de ella.
P.N.T.