miércoles, 22 de diciembre de 2010

Somos.


Este año se nos fue... Murió Labordeta.

En estos días me acuerdo mucho de sus canciones y gracias a Rodo he descubierto este homenaje genial que han hecho en la asociación "Ara Cultural". Y como compartir es vivir, ahí os dejo parte de nuestra cultura aragonesa.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

La ducha psicótica invernal.

En la ducha. Inés Vilchez.


No hay nada más horrible en invierno que los instantes previos antes de meterte en la ducha. Tomar la decisión ya se te hace cuesta arriba, pero en un momento dado ya no te quedan más opciones que agarrarte los machos, quizá porque tienes una cita ineludible con el mundo exterior.

En cuanto entras al baño, dejas que corra el agua. Sí, ya sé que no es nada ecológico, pero en esta casa cuesta un poco que se caliente el agua, qué le vamos a hacer. El baño está frío, helado... casi moqueas hielo conforme te vas quitando la ropa. Y te quitas la camiseta dentro de la ducha, mientras sueltas todas esas barbaridades que no debería decir una señorita de buena familia -ahora ya señora, aunque les pese a algunos-.

Tras mojarte los pies, esos que iban por la casa con calambres de lo fríos que los tienes, decides colgar la alcachofa en su sitio, cual cantante del tres al cuarto, y todo tu cuerpo se llena ahora de agua mientras suena un grito en tu interior y contienes la respiración. Logras hablar y dices temblando... -¡Hostia qué frío, por dios santo y misericordioso!-. Más o menos.

Primero decides lavarte la cabeza para dar tiempo a que ese estupendo champú haga efectos mágicos, como dice la publicidad. Ni se te ocurre cerrar el agua, aunque sepas que por tu culpa, igual se secan los pantanos esos que Franco nos dio. Simplemente separas tu cabeza del chorro mientras mantienes el resto del cuerpo en una curvatura bastante dolorosa.

Lo siguiente es hacer el proceso inverso, es decir, coger el gel y repartirlo por tu cuerpo, eso sí, maldiciendo de nuevo porque, aunque el elemento huele bien, su temperatura a ras de piel deja mucho que desear. Te vuelves a colocar con la espalda ahora en forma cheposa o cifósica (antes fue una espalda lordósica), para que el champú siga actuando hasta que...

Hasta que llega ese momento por todos esperado, ese único instante que se puede prolongar hasta que te entre la mala conciencia, en el que toda tú estás bañada -o regada, es lo de menos-en agua calentita. No cambiarías ese instante por nada, pero nadie dijo nunca que la felicidad fuese eterna. El tramo final es el peor.

Sin pensarlo demasiado, coges la alcachofa, la bajas y decides regular la temperatura hasta que el agua se pone fría tirando a tibia o viceversa. Rápidamente te pasas el agua por las extremidades inferiores mientras maldices más allá de lo impensable. Y cierras de golpe el grifo, como si de un arma asesina se tratara. Rápidamente coges la toalla, el albornoz y a tu madre si la encuentras cerca para que te dé calor. Ya te has duchado. Comienza el secado.

No, no voy a entrar en camisa de once varas explicando un secado en invierno. Eso ya, si eso, lo dejamos para posteriores semanas. Tal vez para cuando vuelva a esa ducha inmunda que me deja limpia y aseada. Seguro que me he quedado con ganas de decirle algo. Me voy al baño.