lunes, 31 de mayo de 2010

La pluma del cambio.


Perdí la pluma que escribía en blanco mis poemas de desamor. Fue hace algún tiempo y parece que ahora todo se escribe en rojo, con esa dualidad que tiene ese color, el rojo de la pasión y el rojo de la sangre.

Cuando perdí la pluma blanca me alegré. Nunca una pluma blanca había sido tan aciaga en sus escritos. Palabras escupidas, que no esculpidas... Palabras rotas que no rosas. Palabras heridas que no hirientes. Pero ahora que escribo en rojo, ese color con el que corrijo sin contemplaciones, sólo puedo pensar en ti y en ellos. Esto se ha convertido en una lucha de amores y odios, en palabras amadas sin demasiada originalidad por un lado y en palabras agudas que permiten que mi sangre no se diluya, pero que la suya baje como un río estrecho y abrupto.

Ahora quiero perder también la pluma roja. Voy a hacer un esfuerzo y no le voy a pedir que se quede. Prefiero encontrar la pluma verde que nos de esperanza -el amor ya lo tenemos-, otra amarilla que nos ilumine como el sol y la pluma negra para tachar personas allegadas de mi lista. Por una vez no voy a dejar que otra cosa roja, como es el corazón, me transporte a agujeros negros. Por última vez usaré la pluma roja para decirles a aquellos que nunca me quisieron:

"Podéis dañaros si queréis... incluso mataros poco a poco. Yo ya no entro en este juego maquiavélico. Ahora soy feliz".


domingo, 16 de mayo de 2010

Gracias a la vida...

Julia Aguiar

En dos días pasamos de decidir el día de nuestra boda -con los problemas que eso parece conllevar y que me importan bien poco- a que me bajaran el sueldo planteándonos de nuevo cómo puede ser nuestra boda sin que nos arruinemos y con la mala leche que conlleva que un gobierno supuestamente de izquierdas tenga tan malas ideas. Y cuando esos dos días parecían que ya terminaban, a mi prima la atropella un borracho cabrón y se te pasa todo por la cabeza menos las preocupaciones de esos dos días anteriores.

Y es que la vida siempre nos da un toquecito en el momento oportuno y nos dice qué es lo realmente importante. Lo que importa es la salud, la tuya y sobre todo la salud de los que amas. El cómo se toma la familia que me case con una mujer y el perder un 5% de tu sueldo siguen siendo dos contratiempos, pero se pueden superar.

Esta tarde nos vamos a Madrid a darle ánimos a mi prima y a toda su familia, porque los próximos meses van a ser duros. De paso, como otra tía mía pasa por una enfermedad muy dura, pasaremos por Alcorcón para que sepa que la queremos. No es un viaje de placer en sí mismo, pero es lo que apetece. Comprobar que mi prima sigue siendo una vitalista por naturaleza aunque tenga unos dolores terribles y ver cómo mi tía sonríe un poco cuando nos vea. Ahora toca eso. Ya habrá tiempo para celebrar el día más feliz de mi vida y también tendré tiempo para movilizarme por unas medidas que considero injustas.

Sí, así es la vida. Pasas de la felicidad y la ilusión a la preocupación en unos segundos. De la risa al llanto en un suspiro. Y doy gracias por poder disfrutar de ella, porque cada segundo cuenta.


lunes, 3 de mayo de 2010

Paseando a la primavera.


Era por fin primavera, la gente salía del silencio del invierno y llenaba las calles gracias a la visible mejora de la meteorología. Laila no era una excepción y eso que a ella en esa estación le sacudía el corazón, bombeando nervioso como el ritmo acompasado pero trepidante de los tambores de Semana Santa. Laila y su compañera Aisha se cogían de la mano y así se sentían seguras entre el mundanal ruido.

Les gustaba pasear por diversos lugares y hoy les había tocado acudir a la Plaza de los Sitios. Una plaza de alto postín donde los niños bien jugaban en los columpios; donde todo tipo de gente se acercaba a probar las delicatessen de los puestos de artesanía; donde los perros correteaban y bebían del agua de la fuente con gran parsimonia. Mientras, ellas miraban cómo algunos jóvenes comían gofres de chocolate o de mermelada, e incluso sentían envidia sana al ver cómo un padre le compraba a su hijo un algodón de azúcar y se lo comían a medias. Era un día soleado, pero ellas sabían que habían de venir tiempos mejores, porque había un capítulo en sus vidas que no podían dar por zanjado, aunque no hablasen de ello. Y mientras se miraban a los ojos, Laila y Aisha se comprendían sin necesidad de hablarse y lloraban juntas. Tal vez mañana, suspiraban…tal vez mañana sea ese día.